Los primeros incendios de magnitud en la historia de Misiones ocurrieron en noviembre de 2020. La Reserva de Biósfera Yabotí y el Parque Cuña Pirú fueron los lugares emblemáticos más afectados. Un año después, el verano 2021 – 2022, aquel escenario se multiplicó, llevándose por delante no sólo áreas protegidas, como la Reserva Guaraní y el Parque Salto Encantado, sino también plantaciones de yerba mate, galpones con tabaco, animales y demás sustentos de los agricultores, extendiéndose tanto en norte, como en el centro y el sur provincial, en la vecina Corrientes, y en distintos momentos, desde diciembre hasta bien entrado marzo, cuando llegaron las lluvias. “Lo que vivimos fue cosa de película”. Como nunca antes, los misioneros nos sentimos acorralados, impotencia, con miedo. El avance imparable de las llamas y la escasez de agua se metió en la cotidianidad de cada uno de los hogares, en las chacras y en las ciudades. Reinó el desconcierto.
Por Frente Ciudadano Ambiental Kaapuera, 25 de marzo de 2022, Misiones, Argentina.
En los medios de comunicación, la situación que puso a todos en riesgo y destruyó bienes cada vez más preciados, como la Selva, se explicó mediante el fenómeno La Niña, presente desde hace al menos dos años, que provocó una merma importante de precipitaciones, y el Cambio Climático, con intensas olas de calor. El aire se sintió y se respiró seco. Pero las sequías no son una novedad en la región paranaense, se han manifestado en reiteradas ocasiones. ¿Qué hubo de distinto ahora? ¿Por qué los incendios se propagaron en magnitud?
Quizás la respuesta la encontremos en otra pegunta: ¿es lo mismo una sequía en las condiciones en que nos encontrábamos hace 40 años atrás, con 1.670.000 hectáreas cubiertas de Selva (“Bosques nativos, implantados y el pan nuestro de cada día”, El Territorio, septiembre de 1987), que una sequía en las condiciones actuales, con 429.000 hectáreas implantadas de especies exóticas, o sea el 17 por ciento de la superficie provincial ocupadas exclusivamente (esto es: excluyendo biodiversidad) por un ejército de pinos y eucaliptos, y un Corredor Verde (Ley XVI N 60, antes 3631/99, que establece la unión de las áreas protegidas y el monte nativo privado) fracturado, sin poder brindar uno de sus servicios colectivos más preciados, como lo es la generación de agua?
La Selva es fuente de vapor de agua, propicia condiciones para las lluvias, para la humedad ambiente, para la infiltración de agua al subsuelo y la alimentación de vertientes, arroyos y ríos, pero además mitiga los efectos de torrenciales lluvias y del intenso calor (actuando como un “aire acondicionado natural”).
Los misioneros ya no contamos con ese gran paraguas protector, el Monte en cantidad y calidad, proveedor de una riqueza incalculable. Lo que queda son fragmentos, mayormente degradados, y lo que cabe es una atención urgente, preferencial, de parte del Gobierno y de parte de cada uno de los ciudadanos y dirigentes de todos los sectores. Recuperar el monte, recuperar el equilibrio ecológico (si eso es posible), es la acción que debe unirnos y en la que tenemos que colaborar todos. Hay una sobreexplotación de los recursos, y un acelerado aniquilamiento de los bienes esenciales, con notable acento en el agua; el agua que necesitamos para sobrevivir, para obtener alimentos, productos que dinamizan la economía, energía y turismo.
Por supuesto, la crisis ambiental es mundial, también su repercusión. Esa es una condición que nos debería resultar útil: podríamos evitar las experiencias con resultados adversos aplicados en otros países. Debemos observar y evaluar el impacto del modelo productivo basado en monocultivo de especies exóticas.
Atendiendo lo más reciente, los incendios y la disminución del agua, alcanza con investigar qué ocurre en Australia, en Chile, o más cerca, en el sur de la Argentina.
Las especies de pino y eucalipto absorben (se llevan) grandes cantidades de agua en comparación con el monte, pastizales y otras plantaciones (el promedio de crecimiento de estas especies en la tierra colorada es de 32m3/ha/año, en tanto se realizan experiencias para elevar esa cifra a 42 e incluso a 52 m3/ha/año, y en este aspecto, la disponibilidad de agua y el clima resultan determinantes), y a medida que van creciendo se constituyen en material (biomasa) altamente inflamable para incendios de magnitud, o dicho de otro modo: son el alimento predilecto del fuego.
Contundente, un artículo publicado en Pressenza International Press Agency (“¡Hay que descolonizar el pino navideño, para recuperar el agua dulce de los ríos!, 21 de enero de 2022), basado en un estudio del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (“Consumo de agua en plantaciones de Pinus Taeda L. en la zona noroeste de la provincia de Misiones”, Aldo Keller; Nardia Bulfe y Javier Gyenge), señala que “un pino que mide 30 cm consume 30 litros de agua por día, mientras que si otro pino llega a medir 100 cm (1 metro) consume 100 litros de agua por día”. De esta forma, se infiere que “una plantación de 10 mil pinos de 10 metros cada consume 10 millones de litros de agua por día”.
En Australia, al eucalipto se lo conoce como “árbol gasolina” porque produce un aceite inflamable que reprime la actividad necesaria en el suelo para la descomposición de la hojarasca, y así contribuye a la acumulación de material seco combustible (Dra. Mary T. Kalin Arroyo, Premio Nacional de Ciencias Naturales de Chile 2010).
Un estudio de la Universidad Nacional del Comahue, en Neuquén, indica que en las plantaciones de pino, el fuego se propaga 5 veces más rápido que en el bosque nativo y 30 veces más rápido que en los arbustos de la estepa. “Cada incendio genera más masa combustible y da lugar a incendios más voraces”.
Y por si fuera poco, sus semillas resisten a las llamas, o sea vuelven a germinar (“Monocultivo forestal, incendios, desalojos y sobreconsumo de agua”, publicado en Tierra Viva, agencia de noticias/ febrero 23, 2022 / Lino Pizzolon, biólogo, docente e investigador de la Universidad Nacional de la Patagonia).
En Chubut, un trabajo reciente mostró que la transpiración en las plantaciones de pinos adultos llegó hasta el 73 por ciento del flujo total de agua, mientras que en la estepa arbustiva fue solo del 10 por ciento. “Las plantaciones de pinos en la Patagonia semiárida evaporan todas las precipitaciones, resultando en cero drenaje profundo y cero recarga de agua subterránea“, concluye el estudio titulado “Hydrological impacts of afforestation in the semiarid Patagonia: A modelling approach” https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/eco.2113).
En el centro-sur de Chile (Región del Maule, donde en 2016 el fuego arrasó en 2016 más de 8.000 hectáreas en menos de una hora), una investigación sobre los cambios bajo el suelo producidos por el monocultivo de pino (600 mil hectáreas) constató reducción en la abundancia de invertebrados, y disminución en la capacidad de infiltrar y en almacenar agua (Camila Cifuentes, Instituto de Ecología y Biodiversidad, revista Scientific Reports).
En la misma línea van las conclusiones de investigadoras del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA-CONICET-UNCo). Señalan que la proliferación de especies de foráneas de pino contribuyen a incendios forestales y van quitando espacio al bosque nativo y su biodiversidad, generando más combustible.
“Todas las especies de pinos presentes en Argentina están, sin dudas, adaptadas a un régimen diferente de ignición que el de las especies locales. Como hay pinos que copan todo en el post fuego, intervienen directamente con la regeneración de especies nativas que pueden haber quedado en el banco de semillas, y eso cambia completamente las características del ambiente”, dice la Melisa Blackhall, en un escrito publicado el 19 de marzo de 2021 en la web de CONICET Inibioma (https://inibioma.conicet.gov.ar/advierten-que-la-proliferacion-de-especies-de-pino-contribuye-a-los-incendios-forestales/) .
Incluso el actual viceministro de Ambiente de la Nación, Sergio Federovisky, compartió, en noviembre de 2019, las conclusiones de un equipo internacional de 50 científicos, publicado en la revista Science: “Una plantación masiva de árboles en pastizales y sabanas, aparte de los problemas para la biodiversidad, generaría paisajes muy homogéneos e inflamables que tarde o temprano acabarían siendo pasto de grandes incendios” (“Los incendios no cesan en el sur y apuntan a un enemigo invasivo: los pinos”, 1 de enero de 2022, Tiempo Argentino).
Se pueden seguir vsibilizando más evidencias. En cada rincón del planeta donde hay pinos y eucaliptos, disminuye el agua y hay incendios de magnitud.
Los especialistas coinciden en afirmar que 1) los incendios se incrementarán en los próximos años, alimentados por las condiciones meteorológicas y “la cantidad de combustible disponible para quemar” (informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente); 2) los incendios forestales retroalimentan el Cambio Climático al emitir a la atmósfera billones de toneladas de gases de efecto invernadero, por la combustión de la biomasa; y 3) y en nuestra región, el fenómeno La Niña -pocas lluvias- podría extenderse hasta el año 2023.
Aún así y con una persistente merma de agua en toda la región, se continúa subsidiando / incentivando plantaciones forestales (Ley 25080). En la Argentina hay 1,3 millones de hectáreas cultivadas (con proyección a 2 millones en 2030), y de ese total, 419.000 hectáreas están en Misiones (“La forestoindustria fue uno de los sectores más golpeados”, 6 de marzo de 2022, El Territorio).
Ello, sin contar las semillas que, llevadas por el viento, germinan dando vida a millones de pinos espontáneos, incluso donde no crece nada, ahí sobre las piedras.
Queda claro que la política forestal gubernamental no se condice con el tema más urgente y de interés para los ciudadanos de Misiones: la imperiosa necesidad de más agua, en todas sus formas y usos, y la latente posibilidad de nuevos incendios de magnitud.
Queda claro que la presencia masiva de especies foráneas no es una alternativa válida para quienes vivimos en esta provincia. Anulan el monte generador de lluvia, de humedad ambiente y de reserva de agua subterránea; sobre consumen el agua (ya escasa) disponible y son material de alto riesgo de combustión y propagación para grandes incendios, acrecentando la crisis hídrica y retroalimentando el calentamiento global. Ello, sin contar que expulsan a pueblos originarios y a agricultores, y ocupan las tierras que necesitamos para producir alimentos.